Ebro survivor 2020

– la primera expedición –

Ebro Survivor comienza cuando mi gran amigo Pablo, al cual conocí en la universidad, se presentó a una selección de remadores para descender el Ebro  en kayak, mediante un proyecto chulo en redes sociales (Bluebro.org) . Sin quererlo, se fueron asentando las bases y los valores de algo intangible con efecto boomerang: al echar el bote y soñar sobre las aguas del maltratado río Guadarrama y ante mi promesa de que yo mismo le acompañaría si no era seleccionado, poco a poco fuimos cayendo en las trampas que el destino tenía reservado para nosotros.

Un día trabajando en el ordenador, al lado del telefonillo, sonó el timbre a unas horas que no acostumbraba a sonar. No esperaba a nadie. ¡Soy yo, abre! Sólo por la emoción de su timbre de voz en esas tres palabras, supe que era mi amigo y sí, venía sin avisar pero con buenas noticias.

Al abrir la puerta y verlo subir las escaleras con un macuto enorme y cuadrado en la espalda, lo primero que hice fue llamarle “joputa”. Ya sabía lo que se traía entre manos. Para que os hagáis una idea del kayak hinchable que traía a sus espaldas, era como si llevases en una funda un cajón flamenco con asas de mochila. Sólo que de un amarillo chillón que gritaba: ¡Vamos a hacernos el maldito descenso amigo mío!

Al abrir la puerta y verlo subir las escaleras con un macuto enorme y cuadrado en la espalda, lo primero que hice fue llamarle “joputa”. Ya sabía lo que se traía entre manos. Para que os hagáis una idea, el kayak hinchable que traía a sus espaldas, era como si llevases en una funda un cajón flamenco con asas de mochila. Sólo que de un amarillo chillón que gritaba: ¡Vamos a hacernos el maldito descenso amigo mío!
Hinchamos el kayak de inmediato en el patio para ver el tipo de vehículo que teníamos y las posiciones de vacile con las que fardaríamos descendiendo el río. Esto aumentaba las posibilidades de todas las locuras que pululaban por nuestra cabeza. Creo recordar que ese mismo día pusimos fecha, planificamos en cinco minutos de dónde a dónde remaríamos con el kayak. Lo demás eran minucias en aquel mágico momento.

Los días siguientes fueron tranquilos. Hicimos escapadas al pantano para probar la navegación en agua local, así como diferentes pesos y combinaciones con los materiales que queríamos llevar. Probaríamos diferentes posibilidades y situaciones para que, por lo menos, ante la falta de experiencia en lo que a remar se refiere, pudiéramos estar en un clima de confort y seguridad en todo momento. Eran muchos días y mucha orilla por recorrer.

Pero llegó la hora de hacer el plan de ruta y con él llegaron los problemas. Empezando por la logística, ya que para dos personas, sólo un coche y tanta mochila se hacía un poco difícil la movilidad. Luego la dificultad de la inexperiencia en el terreno acuático, algo peligroso (y ponemos esta dificultad en segundo lugar porque las ganas de aventura nos convierten a veces en kamikazes). También encontramos problemas desconocidos como esclusas, pasos donde teníamos que portear el kayak y el equipaje durante largos tramos. Presas o chequeos del ayuntamiento para comprobar que no portases ninguna larva o especies invasoras adheridas en el casco de la embarcación. Todo eso sumado a que nuestro kayak, bautizado como Lambo Banano, era hinchable, y desconocíamos si resistiría tanto tiempo en contacto con un medio tan salvaje. ¡Ah! Súmale a nuestra poca preparación física unos 5 días remando sin parar… Empezaba a hacer de la primera vez, algo inolvidable.

No se si fue por el duro confinamiento que empezó en Marzo pero parecía que teníamos más ganas que el resto del mundo en querer hacer ese tramo de 123 km hasta el Delta. Nos dijeron que fuimos los primeros en hacerlo ese 2020. Descendiendo autosuficientemente por el río Ebro y un caudal que a veces,  de orilla a orilla, era un mar contenido en sí mismo. ¿Quién no tendría ganas de perder el sentido del tiempo tras un confinamiento extraterrestre por culpa del COVID?


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El día 1 de la misión madrugamos. De Flix a Miravet, 35 kilómetros. las 6 a.m. salimos con el coche dirección Deltebre. Allí aparcamos y cargamos los bártulos para coger un bus que nos llevaría a Tortosa. Y de ahí otro autobús que finalmente nos dejaría en Flix. El lugar donde empezaría nuestra aventura unas 13h más tarde de haber salido del centro de Madrid. Tampoco teníamos prisa así que elegimos un sitio del pueblo donde brindar con unas cervezas bien frescas y hacer una salida triunfal. El puertecito del club náutico, y un pescador con sus hijos que venía a hacer temporada en el campo desde Bangladesh, vieron marchar en el Lambo Banano a dos personas llenas de felicidad. Con su sonrisa vestida de oreja a oreja. ¡Qué viva la vida! Gritábamos como Raúl Gómez en «Maratón-Man». Y ahora es el momento de decir que esto sólo fue para cruzar la orilla porque estaba atardeciendo y queríamos dormir en un claro en frente del pueblo para salir a primerísima hora con las pilas bien cargadas. Así, montamos un campamento cojonudo. Nos repartimos tareas y ante la emoción de la primera noche pecamos de acostarnos un poco tarde. Pero para mí, los nervios también son la energía que necesito ante algunas situaciones.

Primeras palas en el río que nos devolvería con creces más tarde la energía. Primeras canciones navegando y recitando: con dos cañones por banda y garbí a toda vela. Invocando a las selvas amazónicas y pidiéndole a los mosquitos tigres de la zona, que  tuvieran piedad con los caramelitos que iban cauce abajo. Pala a pala. Barrita energética tras barrita energética. Ese primer día teníamos que pasar el Azud de Ascó y como novedad aventurera que era, teníamos focalizado el obstáculo que casi me parte la pierna, al tener que portear el kayak unos cuantos metros. El terreno era rocoso. Piedras enormes resbaladizas en la que avanzábamos saltando, y teníamos claro que era mejor jugarse la integridad física que pinchar el kayak. Ahí está tu colega para reírse de ti hasta hoy por el traspié.


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Se podrán imaginar que en una expedición así, a parte de conversaciones largas de introspección con un hermano de elección, sólo existe una preocupación: cuando va cayendo la noche sólo hay que asegurarnos de tener la tripa llena y un sitio donde descansar. Así salimos de animados de Flix y llegamos descomunalmente cansados a un pequeño pero coqueto paso de barcas que nos acogió con el permiso de su dueño. Un precioso escondite del pueblo de Miravet.

Calculando al final del día la ruta con el GPS del móvil, no dábamos crédito a las mediciones. En teoría teníamos que hacer unos 20/25 km de remo por día, y en el primero, donde más fuerza, energía y actitud teníamos, sólo habíamos sido capaces de avanzar 11. Mi cara de preocupación no dejaba de pensar que deberían aumentar los días de expedición para cumplirla con éxito. De lo contrario, no seríamos capaces de llegar a saborear la sal del Delta en el tiempo que estaba planeado . Fueron risas después de un error típico de novatos. Nos dimos cuenta de que el GPS marcaba millas náuticas y no medía en KM, por lo que al transformar una medida en otra, habíamos hecho casi el doble de lo que teníamos estipulado por día. Ya os podéis imaginar como una noticia así se puede convertir en fiesta en medio de la nada. Hubiéramos ganado terreno al río, a la aventura y volveríamos con la lección bien aprendida.

De nuevo, algo cansados al establecer el campamento. Pablo enreda con el dron, yo me voy a recordar mi pesca de adolescencia. Saco una mini carpa y se genera otra fiesta en la nada, a no sé qué hora. Otra noche que se nos hace tarde con la emoción que hace aventurero al inquieto.

Dia 2. De Miravet a Benifallet, 19 kilómetros. Desayuno Made in Pablidurías y tempranito embarcamos, rumbo a Benifallet. Creo que el cuerpo ya empieza a avisar que necesita a adaptarse a lo que estás haciendo y te manda los primeros avisos. Bebe agua constantemente, protégete la cabeza del Sol. Fuerza es comida. Al dormir no le engañas… Y así, contra el viento, que por la zona que llaman “Garbí”, construímos la bandera pirata para decirle a ese bendito paisaje que no pensamos rendirnos. Pero tras horas de remar arrugando la frente contra el aire, acabamos buscando refugio, porque se levantaba mal tiempo. Agobiados la altitud de paredes escarpadas de nulo acceso para acampar, encontramos un asentamiento con un muelle que nos daría no sólo tranquilidad, si no un lugar que desde un principio transmitió buena vibración. Cansancio. Acampada. Cena. Esta vez si caigo redondo. Necesito levantarme fresco. Quiero estar a la altura de esta experiencia.

 

Día 3. De Benifallet hasta antes de Tortosa, 20 kilómetros. La mañana empezó con música, y bailé con la felicidad que nunca nos abandonó. Nos apretamos un buen desayuno de la Aconcagua y al río. Las camisetas empezaban a tener un olor impregnado a vómito que ni lavando con jabón natural en la orilla se iba. Tampoco se secaban. Asi que prácticamente empezábamos a ser anfibios con el paso de los días.

En el momento que estábamos cargando el kayak para poner iniciar el día, unos operarios con una lancha que parecía del narcotráfico y chalecos reflectantes, se acercaron hasta mí. Me dijeron que llevaban un rato siguiendo el rastro del Lambo Banano para avisarnos, que si no pasábamos la inspección de “no portadores de larvas o especies exóticas invasoras” tendríamos que remontar río arriba una jornada para el chequeo. Así que nos pusimos al día, llamamos a las autoridades y esperamos a la bartola a que apareciera la flota de inspección. Una tecnología increíble para mediar con la problemática. Nos echaron una foto al kayak y nos dieron un papel que nos concede el permiso de seguir.

Seguimos contentos hacia la esclusa de Xerta. Otro foco de atención en nuestra travesía, pues nunca en la vida habíamos atravesado una. ¿Llamamos a Richar? un montón de veces para asegurarnos que no caeríamos por el acantilado y sí por el pasadizo que contenía el paso a nivel de aguas. Cuando llegábamos, pudimos reconocer al tipo que nos atendía amablemente al teléfono y nos saludaba. ¡Qué coño! ¡Nos estaba haciendo una foto como auténticos héroes! Allí estuvimos hablando largo y tendido con él mientras se llenaba la exclusa para compensar la altura con el siguiente tramo del río. Fue este amigo que hicimos el que nos dijo que éramos los primeros en pasar por allí. Debe ser un trabajo solitario porque lo convertimos otra vez, en otra fiesta. Esta vez si sabemos donde.  Fué en Xerta, con nuestro amigo “Richard” y su esclusa.

Contentos y motivados, igual de cansados y mal olientes, avanzábamos cantando canciones de Estopa y todo lo que sonaba en un altavoz a prueba de bombas. No tembló su batería en toda la travesía sonando sin parar. Calculamos comprar víveres en algún momento del día para tener en cuenta el peso de la embarcación y optimizar la remada de principiantes. Remontamos río arriba para ver si veíamos una isla de toros bravos que nos comentó la gente local. Vacilamos en algunos momentos. Otros más tensos por la diferentes perspectivas en la toma de decisiones nos ponían en el lugar. En fín, ¡Qué puta expedición más flipante!

El destino otra vez nos llevó a una playa antes de Tortosa, donde había unos chavales bebiendo. No nos gustaba tratar con la civilización porque ya nos habían salido branquias, pero queríamos dormir en esa playa porque nos los estaba pidiendo desde que la vimos. Así que desembarcamos. Limpiamos un poco el equipo, cocinamos rico y cruzamos conversación hasta que cayó la noche y esa manada de gritos se alejó para regalarnos paz. ¿Conocen esa sensación de que no existe tiempo ni espacio, ni preocupación ni solución? Pues ese era yo después de discutir con Pablo que hacer fuego nos podía costar la multa, pero hizo lo que le salió de los cojones. Gracias amigo por ser tú. Albóndigas con sepia para cenar de un precocinado que habíamos pillado en el pueblo. Lujo para el paladar aventurero acostumbrado al cereal y al café soluble a estas alturas. Eso me dio fuerza para llegar a la esterilla, desmayarme y  pensar cómo afrontar la llegada al mar.

En ningún momento dudamos nuestra llegada a mar abierto, pero soy consciente de que soy un tipo terrestre. Criado en la montaña y en el campo, con las botas llenas de barro y un equilibrio al que no le hace falta esforzarse. Digamos que el mar es un medio al que he tenido que acostumbrarme por obligación. Conseguí surfear la segunda ola que pillé en mi vida y me hice varios metros subido en la tabla, pero en la primera ya había vomitado. Así soy yo. Por lo tanto la llegada al mar me sugestionaba un poco. Estaba intranquilo y me faltaba información de vientos, marea, sol, posición del musgo y contrato con Dios para haber estado a gusto, pero supongo que la confianza que habían forjado dos dos auténticos aventureros allí (muy muy mal olientes en ese momento), hizo que descargaramos rápido el peso al llegar a Riumar y embarcarnos rumbo a Deltebre sin apenas pensarlo.

Día 4. De Tortosa a Deltebre, 26 kilómetros. Amanecemos casi a nivel de mar. Pocos metros de desnivel nos empujaban a él. El paisaje cambiaba y el Delta nos recibía con los brazos abiertos. Las lubinas se nos metían dentro del kayak, miles de garzas mostrando el arte de cazar, patos formando filas con más rigurosidad que un despliegue militar… Los colores del cielo llenaban el río con tonos púrpuras que sólo un atardecer puede regalar, y nuestros ojos eran testigos conscientes de la maravilla que estábamos viviendo en nuestro camino al mar. Parábamos, nos mirábamos, comentábamos. Seguíamos hacia la siguiente parada con forma de regalo. Sin propósitos. Sólo disfruté de la vida y la naturaleza que es digna de gozar con tanta excelencia. Pobres aquellos ojos que no son conscientes…

Montamos nuestro campamento en un embarcadero unos kilómetros antes de llegar a Deltebre. Disfrutamos de la tranquilidad de haber recorrido ya la mayor parte de nuestro viaje y ansiosos como estabamos, terminar la travesía al siguiente día. Sin embargo, los mosquitos de la zona no nos dieron tregua y apenas pudimos celebrar en nocturnidad nuestro último campamento salvaje. Después de unas fotos y una cena temprana, tuvimos que resguardarnos en la tienda de campaña para no ser aniquilados por el temido mosquito tigre que descansa entre los arrozales.

Día 5. De Deltebre al Mar Mediterráneo (Riumar), 20 kilómetros. Tras atravesar la balsa de agua del Delta del Ebro, empezaron las olas. El vaivén típico de un parque de atracciones, hacía que a veces ni siquiera tocase el extremo de mi pala con el agua, pero lo que allí se intentaba hacer era no perder el ritmo con mi compañero y echar el resto para llegar al destino, que empezábamos a ver. Nos dijeron que no nos alejáramos mucho de la costa para que no nos chupara el mar en la desembocadura. También nos dijeron que no pusiéramos la formación del kayak en paralelo con las olas, pues esto haría inestable más aún la pequeña embarcación. Pues bien, no fue posible ni una ni otra. Lo hicimos como pudimos y mi pálida cara debido al mareo buscaba poner los pies en suelo firme. Qué alegría el que fuéramos tan inexpertos porque estábamos dando palas sobre 30cm de agua, y hacía pie. La playa estaba a 100m y la gente se estaba bañando mirándonos con cara de estupefactos. No sabemos si por las pintas que llevábamos o de nuevo por el olor, pero arrastramos el kayak los últimos metros para abrazarnos y felicitarnos por la experiencia inolvidable que acabábamos de vivir.

No sabíamos lo que estaba por venir al año siguiente ni tampoco que encontraríamos aquella hamburguesa que me comí de 4 bocados nada más acabar la última jornada de Ebro Survivor 2020. ¡Que viva la vida!

Nuestro primer contacto con el ebro…

Esta aventura empezó mucho antes de que se nos pasara por la cabeza la idea de subirnos a un kayak. Al pasear por el río y no ser capaces de distinguir el agua del cauce de la basura de la orilla.

Así es como dos de nosotros, Pablo y Aitor, decidimos remar corriente abajo el año pasado. Una travesía que nos llevó a recorrer en kayak los últimos 120 km del Ebro con una intención: conectar con el agua para olvidar por un rato lo que pasaba en la tierra.



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un viaje hacia el valor

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El Delta salvaje

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Así preparamos la expedición

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